El 1 de noviembre, por el día, se realizaba una procesión desde la iglesia hasta el cementerio, donde tenía lugar una misa. La necrópolis se decoraba con flores cresta de pollo para la ocasión, durante el camino se rezaba el rosario y después de la misa los feligreses pagaban un responso al vicario y al cura por el alma de sus difuntos.
En el cementerio había muy pocas lápidas. La mayoría de la gente no se las podía permitir y únicamente se situaba el nombre y un retrato pequeño del difunto ante el nicho. Las lápidas que había estaban protegidas por un cristal que se decoraba con entelados, crucifijos y angelitos.
Las casas se iluminaban con vasos llenos de aceite con mariposas de papel como cirio, uno por cada difunto. Se contaban historias antiguas del pueblo y cuentos de terror como la que empezaba con un "Marieta, ya estoy en el primer escalón...", las del demonio Butoni o del Moro Mussa.
Durante la noche de Todos los Santos se apagaban todas las luces de las calles y las campanas sonaban durante toda la noche. Las puertas de las casas permanecían abiertas y la gente pasaba la madrugada rezando.
Ya el Día de las Almas, la gente se reunía en el cementerio donde se comía hogaza y se leía el libro 'Reforma y protección de la vida, mes de noviembre'.